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Foto del escritorHildelisa Beltrán

Mi Abuela Aniquiló A Ana Karenina


María de la Mora @delamoralasa


No soy feminista. O al menos nunca me he considerado así. Quizá sea solo la edad, pero cuando una alegre y distendida cena de amigos termina al día siguiente con un “¿estás bien? ¿Comemos?”, la sorpresa puede atribuirse desde a las hormonas hasta a un cambio de ideología o a cosas que a veces no vemos. Cosas más raras pasan a los cincuenta, dicen.


Cenamos dos parejas cercanas y yo. Cuatro de las personas más inteligentes, profundas, divertidas, mala leche y entrañables de mi cada vez más corto repertorio.


Entre tacos de flor de calabaza y preguntas de por qué la soltera (o sea, yo) había cambiado las lentejuelas por lentes bifocales, de pronto la conversación se dividió ligeramente entre ellos y ellas, sin que eso nos obligara a vestirnos de morado.


Una cosa llevó a otra y ellas se enredaron en una plática sobre literatura, porque, anecdóticamente, la que me llamó al día siguiente recién terminaba de releer Ana Karenina.


Yo, quinto elemento habitual, iba de una plática a la otra, pero reconozco que me atrapó lo de “Es que esos personajes son fascinantes. Ese amor… es que te devuelve a la vida”. Y me detuve a escuchar atenta. Hablaban de lo maravilladas que estaban de redescubrir, a sus 50 años, novelas “de siempre” cuando toca hacer limpieza y vaciar el librero, de redescubrir aquellos personajes literarios del siglo XIX y de la valentía femenina que permite huir de preceptos y romper ciertos parámetros como forma de liberación.


Ellas, que no se conocen tan bien entre sí, parecían extasiadas con el redescubrimiento. Yo, al parecer por el mensaje del día después, no tanto. “¿Estás bien?” Confieso que tuve que responder dos veces, que juraba que sí, y preguntar a qué venía la pregunta. A veces hacemos cosas que llaman la atención de otros y que para nosotros pasan completamente inadvertidas (notarlo suele ser interesante).


Resulta que mi “¡Ana Karenina!… ¡¿fascinante?!”, se había salido un pelín de tono y de ahí, hilo de media. Entretenida, la verdad, escuchar eso de “la más pura forma de amor” como un formato tan necesario como inalcanzable y trágico.


Aceptar que la traición, la venganza (el drama, pues) son territorios que vienen de la mano de esos amores imposibles que solo unos pocos (¿infelices?) tienen (tenemos, por desgracia -y elección-) oportunidad de vivir. La muerte como muestra de amor. ¿En serio? Pedí una copa más. Sí.

Continuamos. Como estandarte efervescente del amor femenino, pasamos, a los postres, a Madame Bovary. Ella, que detesta las banalidades de la vida provinciana mientras come de mala gana la comida que su esposo le pone en el plato, mientras el idealismo romántico la hace soñarse envuelta en tules, acariciada por sensuales mozos que la hacen sentir divina (y que jamás le prestarían dinero o le harían consomé durante una gripe).


Quizá son mis hormonas. Quizá la edad.


Pero para 1850/70, la crítica social me parece no solo fantástica, válida, plausible y atinada. (Me sentaría encantada con Tolstói y Flaubert a destrozar el mundo), pero ¿esas son “mujeres fascinantes” para verdaderas mujeres fascinantes de nuestros tiempos? ¿Estamos seguras de cuál es el camino para huir de la mediocridad y no renunciar al “amor real”? ¿Amor real, dijeron?

¿O será que los matrimonios de treinta años necesitan pasar por el quirófano? ¿O las solteras ser menos amargadas? ¿O todo al mismo tiempo?


Mujeres implacables, sin remordimientos, sin culpas, cuestionando: sí, claro. Pero como dicen los memes… ¿a qué precio? O más bien, ¿merecedoras de qué reivindicación exactamente?

Odiar al patriarcado, dicen las feministas, pero ¿con deudas, hijos resentidos, filas de amantes y mucho rímel corrido? Como terminó (antes de suicidarse con cianuro) la mujer que inspiró a Flaubert para escribir sobre Bovary: Delphine Delamare.


¿Seguras? ¿No será que tenemos que analizar qué queremos como proyecto de vida antes de disfrutar de los privilegios del deber ser para luego lamentarnos?

Quizá solo sea la edad. Quizá ya me hice feminista y tendré que ir a las marchas vestida de morado. Qué flojera. No se me antoja nada. “Bovarísmo” o “síndrome de Madame Bovary”: estado de insatisfacción amorosa eterna que provoca fantasías, ilusiones y aspiraciones desproporcionadas.


“¿Estás bien? ¿Comemos?”. El diagnóstico fue contundente: “Se te nota la amargura. No puedes seguir negando el amor”. Pum. Si fumara, seguro habría encendido un cigarro. Tiene razón.


Y me recordó a las comidas en casa de mi abuela, tan peleadas todas las mujeres de mi casa con el blush y el lipstick (las inteligentes no necesitamos de eso), como con el matrimonio, el divorcio, las feministas, las cometidas, el comer y el dejar de hacerlo. Difícil ver por dónde.


Quizá lo único que nos falta a las mujeres (de Ana Karenina, a Emma Bovary, a mi abuela y a nosotras) es desentender esas ideas absurdas sobre el amor para entendernos mejor como personas.

Mi abuela mató a Ana Karenina porque en mi casa no estaba bien visto sufrir de amor, pero estoy segura de que la leyó cientos de veces y hubiera contado orgullosa mientras le ponían los tubos en el salón, si alguna de nosotras hubiéramos muerto de amor.


María de la Mora


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