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Foto del escritorHildelisa Beltrán

La Substancia Medular




María de la Mora @delamoralasa


Envejecer. Qué palabra más triste. Y a la vez vacía… ¿cómo que envejecer? Me suena a las revistas de decoración que leía a finales de los noventa, cuando vivía en Madrid. Estaba de moda “envejecer los muebles” para darles nueva vida con ese estilo “campirano vintage” que tan en boga estaba. Sonaba ideal.


Como que la palabra no me dice mucho más que eso. Y es que quizá, como dice mi amiga Eunice Cortés en el podcast de su esposo, Nicolás Alvarado (si no han escuchado La Pinche Complejidad, procedan a buscarlo en Spotify), “envejecer es una experiencia subjetiva”.


Y es que el tema (que siempre estará presente) estos días lo está aún más gracias a Coralie Fargeat, Demi Moore y Margaret Qualley. Cuando se lea esto que ahora escribo, la película The Substance quizá haya dejado de ser el tema de conversación de todas las sobremesas, pero seguiremos ¿por siempre? (ojalá que no) dándole vueltas al cotarro de quién ¡ya! se puso bótox, a quién le urge y a quién ya se le pasó la mano. Seguiremos hablando, todos siempre, de ese tema de ir acumulando años y de qué tan airoso o escandaloso lo llevamos.


Sí, es subjetivo el tema y además cambia nuestra postura de acuerdo a los años que tenemos porque, cuando pasa el tiempo, nuestra percepción sobre el mismo se modifica. ¿Se va terminando y reaccionamos como si lleváramos más prisa? ¿Es un año más o un año menos? ¿Sumas o restas años cada que los cumples?

Subjetividad pura.

¿Quedan menos días para hacer cosas o hay más oportunidades de hacerlas porque tenemos más (experiencia, dinero, libertad, seguridad, ironía incluso…)?

¿Hay más prisa o podemos bajar un poco el volumen y ser más selectivas? Supongo que es cuestión de perspectiva.


Pero la realidad es que la conversación alrededor del envejecimiento tiene mucho más que ver con la eterna cuestión de la belleza femenina (casi siempre reducida a una retórica sobre la firmeza en todas sus expresiones) que con aspectos más filosóficos sobre el tiempo, el ser, la decadencia... o, no sé, ¿la vida?


Aspectos que seguro tienen lecturas mucho más amplias y menos binarias como afirmar quién de todas tiene el mejor trasero (no, no me parece una postura más o menos feminista calificar. Ni un trasero, ni un cerebro, ni una boca, ni un sentido del humor. Hay mejores y peores. Me parece honesto. El problema es que nos peleemos con la idea).


Una vez más, la belleza física y nuestros propios traumas, que son mucho más grandes, dolorosos y profundos en el imaginario femenino —el de nosotras contra nosotras— que en la mirada de cualquier hombre (hombre, no caricatura). Eso sí lo tengo ahora sí ya completamente claro.

¿De verdad todo este tema de vivir una vida se reduce a cómo creemos que nos vemos? Pues sí, pesa muchísimo, nada más cierto.

¿Por qué no nos gusta sumar años? ¿Porque nos quedan menos oportunidades? ¿Para hacer o dejar de hacer qué exactamente? ¿O el miedo tiene que ver con la salud y la inevitable y potencial inoperatividad del cuerpo?... ¿O es siempre y llanamente porque, como dicen por ahí, lo bonito se pone feo y lo feo, horroroso?


No nos hagamos tontas: es más por eso y es entonces donde empieza la esquizofrenia y la doble moral. No nos quieren arrugadas, ni flácidas, ni con canas o menos pelo.

Pero tampoco nos quieren botoxeadas, operadas ni medicadas, ¿entonces?

¿Tiene que ver con una supuesta decadencia? ¿O más bien con el autorrechazo? ¿Será que nos seguimos castigando nosotras solas?


Según The Substance, claramente sí. Pero, al mismo tiempo, Demi Moore se ve como se ve, ¿por...? ¿Es víctima de ella misma por someterse a cirugías y sustancias? ¿Una loca desquiciada por hacerlo? ¿Está “mal” entonces tomar suplementos o subirse hora y media a la bici?

La película no dice nada nuevo, pero tampoco creo que pretenda decirlo. Es como el regodeo de un discurso que nos sabemos muy bien. Algo parecido a las canciones de amor: lo mismo dicho una y mil veces con más o menos notas, más o menos estridentes, mejores o peores interpretaciones.


O más o menos honestas. Porque claro, obsesionarse con la belleza cuando, a la edad de Demi Moore, te ves como Demi Moore: enfermedad pavorosa. Pero, ¿y si te ves como el 90% de las mujeres de cincuenta que conoces? Ya no suena tan loco ponerte bótox o levantarte lo que se ha ido cayendo. Entonces, ¿vamos a hablar otra vez de belleza femenina, objetivación de la mujer, patriarcado y machismo?

¿O vamos en serio a hablar de que solas construimos el discurso del que sufrimos porque nos es imposible salir?

La pregunta es: ¿una mejor versión de ti misma tiene que ser una versión con menos años? Yo a los 20 no me caía tan bien. No me sentía guapa, mucho menos sexy. No sabía bien para qué era buena. No tenía independencia de ninguna índole y mis sueños y deseos simplemente estaban cimentados en ideas mal informadas.


A los 30 me caía mucho mejor, pero estaba cansada, todo estaba pasando muy rápido: mi entendimiento de quién era, mi maternidad, la definición cada vez más clara de qué quería hacer con mi vida, la cada vez más clara definición de qué quería hacer con mis días y lo difícil que iba a ser lograrlo. El cómo, el para qué y el a cambio de qué. A lo que se sumaba decir que sí casi a cualquier candidato que me invitaba a cenar porque “es que ya tengo 33 o 35”. Es cansado ser mujer y tener 30 años.


Hoy estoy a punto de cumplir 50 y no me cambio por ninguna de las Marías que ya viví; todas se la han pasado suficientemente bien y mal como para estar segura de que, si me las topara en la calle, me encantaría ser su amiga, pero esta de hoy sí está ya muy en paz. “Te veo como muy resuelta”, me dijo una amiga de mi mamá en su fiesta de ochenta años hace unos días. No supe qué responder, pero sí es cierto que tengo menos preguntas que a los 20 y más respuestas que a los 30.

No todas son respuestas felices, pero sí más convencidas.

¿Traumas de cómo me veo? Sí, a los 16, los 24, los 36 y los 48, igual que días que me veo en el espejo y me digo “muy buenas tardes” a mí misma. Y, por lo visto, lo mismo les pasa a las guapas-guapas, que van de guapas y son guapas-guapas.

Parte de la paradoja esquizofrénica de ser mujer, supongo (o como dirían mis amigos esos que las feministas colgarían de ya sabes dónde… Mujeres, todas locas).


María de la Mora


 

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